miércoles, 27 de noviembre de 2013

Día 15. Cuestión de complementos: Instagram

Cada día me asomo con mayor temor a esto de Turuter (que te vi) porque no sé cómo voy a asimilar las novedades con las que me vaya encontrando. Hay que reconocer que este mundo de los megas, las redes y las wifis tiene la especial virtud o el terrible vicio de revolucionarse cada dos por tres (seis) con novedades y con cachivaches virtuales que acaban enredando la madeja sin medida ni límite.

Por lo que he podido entender en dos o tres horas de paciente observación, es erróneo pensar que basta con escribir tuits y hacer retuises y tal para poderte considerar un tuitero completo. La energía comunicativa, el afán por transmitir al mundo toda la sabiduría que su alma contiene y el proporcionar solaz y diversión por doquier impulsan al tuitero a ensanchar las estrechas fronteras de los ciento cuarenta caracteres y le impulsan a enriquecer su aportación con complementos que se entienen casi necesarios para tuitear.

Por un lado están las fotos. Para éstas, además de cámara, necesitas algún programa para retocar patas de gallo, añadir filtros (como al café), poner un texto significativo, pixelar la cara o añadir alguna nota jocosa a la fotito que quieres mostrar. Además, según parece, existe una especie de Tweter (uyyy, casi, casi) pero para fotos. Lo llaman Instagram y, movido por la curiosidad, he ido a mirar qué se esconde allí y, por un momento, no he sabido si estaba viendo una red social de fotografías o el menú de un restaurante. Tres cuartos de hora viendo la mayor variedad de platos de una u otra índole que han terminado por convencerme de que me estaba muriendo de hambre.

Después de comer he seguido investigando y, por lo que he visto, no sólo hay comida en Instagram, también hay gatos. Muchos gratos. Muchísimos gatos. De todos los tamaños y colores, en diversas poses adorables. A decir verdad, he visto uno que no sabía si era un gato o una rata hasta que las explicaciones que daba su dueña, embargada por el cariño, han aclarado la cuestión: era una rata que a ella se la vendieron como si fuera un gato y en tan errónea percepción sigue viviendo.

Echando un poco la vista atrás me he centrado en otro grupo de fotografías (se ve que esto va de colecciones temáticas). En esta ocasión se trataba de pies. Pies que, como los gatos, los había de todos los tamaños y colores (desde el blanco lechoso hasta el negro zaino). Pies y más pies, aunque éstos no me han resultado tan adorables como los gatitos ni he visto a sus propietarios tan orgullosos. De hecho, uno me ha llamado poderosamente la atención pues mostraba unos pies que no he sabido, tras mirarlos atentamente durante media hora, si eran los suyos propios o las garras de un águila imperial que tenía por mascota. Toda una incógnita.

Por supuesto no faltan fotografías diferentes pero, para qué engañarnos, son más complicadas de encontrar. Si algún día me decido a abrirme una cuenta en Instagram (joer, esto parece Suiza con tanta cuenta que hay que abrir), tengo pensado hacer una especie de composición con pies, comida, gato (en este caso el del coche que de los otros no tengo) y le añadiré un filtro chulo de esos que haga que parezca que la fotografía fue tomada hace muchos años.

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