martes, 12 de noviembre de 2013

Día 1:
He decidido abrir una cuenta en Twitter (¿Se escribe así?) para ver qué es eso de lo que tanto hablan. Es algo de una red que tiene un pajarraco azul. Así de entrada no suena muy sugerente pero hay que estar metiendo el hocico en esto de las nuevas tecnologías si uno no quiere seguir estando solo. Tengo la esperanza de que pueda encontrar amiguitos y amiguitas (sobre todo amiguitas).

Pongo mi foto, una en la que salgo con pose elegante y disimulo las patas de gallo y los defectillos que ya asoman por mi cara a fin de tener más gancho. Me preguntan que cuente mi vida pero no me dan mucho espacio. Tampoco me importa, mi vida es limitadita y se acomoda bien a cualquier rinconcito. Termino de hacer cositas en la configuración y me lanzo al apasionante mundo del tuiteo.

Una hora después de haber abierto la cuenta no ha pasado nada.

Dos horas después sigue sin cambios la cosa.

Tres horas después sigo esperando que esto dé señales de algún tipo de actividad.

Cuatro horas después noto algo nuevo, los ojos me lloran de tanto mirar la pantalla sin apreciar nada nuevo.

Cinco horas después empiezo a considerar que algo no estoy haciendo del todo bien.


Cinco horas y dieciocho minutos después me decido a escribir en una ventanita que hay a la izquierda. Sólo tengo 140 caracteres, por lo que se ve. Tengo que medir mis palabras, elegirlas para que me quepan y expresen todo el caudal de emociones que siento. Tras media hora de meditación logro encontrar lo que buscaba y escribo: "Hola, ¿Hay alguien?"

En la parte central aparece mi foto y mi texto. Me siento poderoso, en la cima del mundo. He conseguido cambiar las cosas y estoy orgulloso de mi logro. Me pongo a esperar una respuesta.

Tres horas después de haber enviado el texto (no se a dónde porque sigue estando ahí sin moverse ni cambiar ni nada), no hay señales de vida. Sigo esperando una respuesta.

Harto de esperar, decido irme a la cama. Son las cinco de la madrugada y, pese a mi gran avance, esto me parece un poco soso. Creo que he caído en una trampa publicitaria porque esto no es para tanto como me habían dicho. Antes de cerrarlo, escribo un nuevo mensaje que lanzaré como una botella a ver si hay alguien que lo recoja: "Hasta mañana".

Si esto no cambia, creo que lo acabaré aborreciendo o acabaré loco perdido.

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