viernes, 30 de enero de 2015

Día 559 : ¡Qué bonito es socializarse!

Algo deben echarle al Trwitren (o como se diga) para que enganche tanto. Analizado friamente, los fiascos se me acumulan como setas en un pinar pero una fuerza oculta me impulsa a darle al pajarito en el móvil cada vez con más frecuencia. Debe ser algo común a eso que llaman redes sociales porque, allá por donde mire, los apegados al telefonito de marras son cada vez más numerosos.

Recuerdo que, hace tiempo, miraba asombrado a quienes andaban por la calle absortos en la pantallita y pensaba que qué podían encontrar en un chisme que a mí, para ser sinceros, sólo me reportaba disgustos y trabajo. Sin embargo, desde que instalé la App (que no podía llamarse "programita pal móvil", no) cada vez son más frecuentes los momentos en los que agacho la cabeza, enciendo el teléfono y me dedico a emplear tiempo en distraerme como se ha hecho desde que el mundo es mundo: no hacer nada de provecho.

Lo que antes era tiempo de desesperada búsqueda de pasatiempos más o menos productivos es ahora el encuentro gozoso con el absurdo pero las risas que a veces me echo compensan con creces los tropezones más ridículos, el dolor de cervicales, la aceleración de mi presbicia y los moratones producidos por encontronazos con farolas o árboles. Y no hay que olvidar que, además se conoce gente.

Y es curioso que un invento que, en teoría, sirve para conocer gente ha producido que últimamente salga con menor frecuencia y, cuando lo hago, corro el riesgo de que los que me acompañan salgan huyendo al verme desenfundar el móvil y me dejen con mis cosas de Turutren (no, así ni se acerca) hasta que, media hora después, me percato de mi soledad y salgo a su encuentro en algún otro bar, con el inconveniente sobrevenido de tener que hacerme responsable de la cuenta lo que supone también una merma para mi bolsillo, todo hay que decirlo. También reconozco que alguna colleja por parte de mi madre me he llevado, acompañada por un contundente "deja el trasto ese cuando estemos comiendo", se ve que en la mesa hay que dejar el teléfono para estar plenamente concentrado en las imágenes que el televisor escupe y no podemos interrumpir a Brasero cuando nos habla pormenorizadamente del tiempo en Tegucigalpa o nos muestra fotitos de espectadores arrobados por la belleza de una nube en el cielo. Reconozco que todo cambia y ahora con mayor celeridad que nunca y por eso, seguir a alguien de quien desconoces hasta el nombre, es conocer gente. Eso sí, tendré que aprender a explicárselo a mi madre para que deje de darme collejas y pueda relacionarme con los tuiteros mientras ella adora fervososamente las borrascas y las marejadas del Brasero.

Pese a todo, también tiene algún que otro inconveniente esto de socializarse virtualmente. Ayer, sin ir más lejos (o mejor dícho yéndome más lejos) se me pasó la parada del bus por lo que tuve que recorrer andando una distancia mayor que si no hubiera cogido el transporte público. Esto, añadido al hecho de que me dio por tuitear mi camino a pie, produjo un retraso en mi entrada al trabajo pero, eso sí, me proporcionó la satisfacción de comunicar al mundo (bueno a mis tres seguidores) cada cosa que me encontraba en mi camino (selecciono sólo algunas de las perlas con las que compartí mi caminar mañanero en la red):
 "Hay gente por la calle".
"Pues parece que hace fresco".
"Ya queda menos para llegar al curro".
"Podían asfaltar un poco mejor esta calle".

Una cosa es innegable y es la gran influencia que las redes sociales están adquiriendo en estos tiempos. De hecho, hasta la Guardia Civil, según leo en algunos tuits, ha adelantado a un tuitero hace un rato y le ha pedido que les siguiera. Por supuesto ha hecho caso omiso a su amable invitación, ha bajado la ventanilla y les ha espetado: "Mi cuenta es mía y sigo a quien me da la gana", argumento que he visto profusamente reproducido en la pantallita. Se ve que la Benemérita no sabe encajar bien eso de que no la sigan y se le han puesto a insistir hasta que me he visto obligado a detener el coche para no tener un accidente. Una vez les ha explicado mi intención de no darles follow han optado por intentar convencerle por medios más expeditivos y, de no ser por el abogado de oficio, aún estaría en el calabozo intentando comprender por qué esa necesidad de ser seguidos por un cualquiera.

Pero, eso sí, no espero que no dobleguen su determinación y no consigan su follow. Que se fastidien.

jueves, 22 de enero de 2015

Día 552: Los Memes.

Vistos los batacazos que me he dado por confiar en mi cuñado, he decidido actuar por mis medios. He cancelado la cuenta y he procedido a comenzar de cero. Como fotito he optado por una muy graciosa que he visto por internet que me ha hecho gracia y no debe ser mala elección porque la he podido ver en otras ochocientas catorce cuentas.

Y, hablando de imágenes, hoy me he dedicado a observar las que los usuarios de Twitwer (que no podían haberle puesto un nombrecito más sencillo) cuelgan con gracia y soltura en sus cuentas. He abierto unas trescientas en dos horas y, tras sufrir tres ataques de ansiedad, un ictus y media docena de amagos de infarto, he llegado a la conclusión de que esta gente muy bien, lo que se dice muy bien, no anda.

Tan pronto te sale una fotografía de Coelho sobre fondo oscuro en el que se añade un pensamiento profundo del tipo: "Hoy me he levantado estreñido pero con tesón lo he superado" como te cuelgan una foto cogida de la cuenta de un espantajo que se ha hecho ante el espejo del baño para hacer pública su "apolínea" belleza realzada con peinados extravagantes, atuendos insólitos o, directamente, una falta de pudor asombrosa. Animales en poses inesperadas también resultan atractivos para los tuiteros y, entre tanta sinrazón, están las fotos normalitas, las que hace uno para compartir pero estas suelen tener menor eco dentro de la red del pajarito azul.

Pero, sin duda, las que más proliferan y se repiten y reproducen como conejos en celo son las que, según me ha comentado uno de los informáticos del curro, se denominan "Memes" cuyo nombre es para mí un misterio insondable de la cibernaturaleza.

Por lo que se ve, se coge una imagen de alguien famoso o en pose pintoresca, se le añade un texto que añada una nota de humor a la situación y se cuelga de la red a modo de invitación para que otros la cojan, modifiquen el texto y procedan a subirla con total desparpajo. Llevados por la vorágine de memes, he visto la misma fotografía unas noventa y ocho veces, eso sí, con textos cada vez más hilarantes. De este modo, he podido ver cómo un personaje público ha pasado de confesar su homosexualidad a alardear del tamaño de su miembro (cosa curiosa ya que se trataba de una mujer que preside un gobierno de un país alemán que no diré para no menoscabar su imagen pública), ha amenazado con quemar media Europa y se ha hecho amante de otro presidente de un país español que no citaré para no da pábulo a lo que creo que es una invención tuitera.

Si algo caracteriza a los tan traidos y llevados memes es su capacidad de reproducción. Como hongos se desperdigan por la pantallita en cuanto surge uno que les da juego a los tuiteros. Quizá uno de los más empleados sea la imagen de Julio Iglesias y he sentido una punzada en el pecho al ver cómo utilizan a mi idolatrado cantante para manifestar su fogosidad amatoria. No seré yo quien discuta tal aspecto de la vida íntima del maravilloso intérprete de "De niña a Mujer" o del inolvidable "Hey" pero he sentido cierta amargura al ver a tal monumento patrio, a tan formidable cantante rebajado a una simple pantomima sexual que te señala desde una fotografía con un texto que, indefectiblemente, termina con un "y lo sabes".

Intentando aprovechar el tirón de los memes y buscando esquivar la imagen de mi idolatrado Julito, he intentado dar a conocer mi cuenta y conseguir algún que otro seguidor creando mi propio meme. He buscado una imagen de un bebé más feo que pegarle a un padre con un calcetín sudado y le he añadido en una preciosa letra llamada Comic Sans un mensaje que creo que triunfará en el mundo virtual sin problema: "Estoy solito porque queréis".

Con una profunda satisfacción he dado al botón de publicar y he esperado la reacción de la red. Un cuarto de hora después no pasa nada. Media hora después sigue sin pasar nada. Una hora más tarde el Conecta (que ahora se llama "notificaciones" pero que, básicamente, hace lo mismo que antes) sigue más parado que el miembro de Tutankamón. Dos horas y cuarto más tarde me ha parecido ver que había una nueva notificación pero ha debido de ser un reflejo en la pantalla del móvil porque no ha pasado absolutamente nada.

Tras tres horas después todo seguía sin cambio alguno. Cierro esto intentando asumir la decepción. Esto de triunfar con el pajarito no es tan fácil como lo pintan en las pelis porno.

martes, 13 de enero de 2015

Día 543: El Játer.

Hoy he entrado en Truturiter (no hay forma) con ganas de aprender y me he topado con un gran número de alusiones a una especie tuiteril completamente desconocida para mí pero que, por lo que se ve, tiene más solera que el anisete del abuelo: los Játers.

El llamarlos así responde al irrefrenable impulso que tienen los tuiteros de llamarlo a todo usando el inglés (que digo yo que será porque suena más tecnológico). El término, tan desconocido para mí como la física cuántica, me lo han tratado de aclarar los informáticos del trabajo, entre sonoras carcajadas cuando han visto que tomaba notas. Lo cierto es que tales individuos deambulan por la red del pajarito como Pedro por su santísima casa pero, lo que son las cosas, yo andaba totalmente ajeno a su existencia.

La técnica que utiliza un Játer es bastante simple: se trata de responder a todo lo que escriban otros menospreciando, insultando o ridiculizando a su víctima. Según he podido entender entre las carcajadas de los informáticos, cuando uno de estos personajes se asoma a tu cuenta puedes proceder de varios modos. Por un lado puedes no hacerles caso, con lo que te conviertes en un creído maleducado por no contestar. También puedes optar por pagarles con su misma moneda, con lo que te conviertes en un creído maleducado por insultarles. A lo mejor decides optar por bloquearlos y, por arte de birlibirloque, se te adjudica la etiqueta de tuistar incapaz de encajar con gracia y salero al játer (además de ser un creído maleducado, por supuesto). También puedes decidirte por contestarle sin entrar en su juego pero, entonces, él seguirá en su línea y acabarás por ignorarlo, aunque sea por aburrimiento con lo que te conviertes en un creído maleducado.

Mi falta de pericia en estas cosas me ha llevado a consultar a mi cuñao que, mientras mordisqueaba un palillo, me ha dado un par de palmaditas en la espalda y, con su tono de condescendencia habitual, me ha sugerido que le ceda el sitio para mostrarme la verdad suprema del asunto que sólo él, en su infinita sabiduría, conoce. Con una sonrisa que más que tranquilizar me ha dejado inquieto, me ha sugerido que él me iba a enseñar la técnica pues él mejor que nadie sabe hacer de játer y, bien realizada, la técnica me granjeará más seguidores de los que jamás pude soñar.

Temblando, le he dejado la cuenta y, en unos diez minutos, ha conseguido que me bloqueen hasta las cuentas de publicidad. Desolado al ver cómo mi contador de seguidores se ha puesto en números negativos, he optado por remediar la situación antes de que el energúmeno ese me acabara hundiendo definitivamente y he desenchufado el ordenador.

Entre lágrimas le he pedido que me deje solo, que ya he aprendido la lección. Los disgustos no paran de cercarme y, mientras mi cuñao salía de casa dicíendome que no tengo arrestos suficientes y que así no llegaré a nada en la vida, me hundo en mi desesperación sin saber si algún día el pajarito azul me dará alguna alegría.