lunes, 16 de diciembre de 2013

Día 23: La cosa se moviliza y se complica.

He tenido que recurrir a los informáticos. No me ha quedado otro remedio si quería instalar el Turister (me da que no es así tampoco) en el teléfono al que, por cierto, he tenido que volver a enchufar tres veces en los últimos dos días porque la batería le dura un suspiro. Dos horas de carcajadas después de haberles comentado mis andanzas por los dibujitos (sí ya sé iconos pero es que no me acostumbro), los mamones han accedido a instalarme el pajarraco azul y todo su mundo de luz, color, fantasía y tuits. Después de un graciosísimo: "Hala, ahora no lo rompas" me han devuelto el teléfono y en la pantallita he visto, entre lágrimas de emoción e incredulidad, la imagen del pajarito azul.

No he podido contenerme y lo he abierto inmediatamente, esperando encontrar mis tuits y los de aquellos a los que con tanto fervor me puse a seguir (estos sobre todo son los que tienen avatares de formas femeninas sugerentes). La cosa no ha empezado a pintar muy bien cuando lo he abierto y ha empezado a sugerirme que añada a mis amigos (como si tuviera de eso, cuando lo más cercano es mi cuñao y a ese no lo vuelvo a meter en mi cuenta ni loco) y que diga a los cuatro vientos dónde me encuentro (cada día me convenzo más de que esta red social fue creada por una panda de cotillas que se aburrían y pensaron en la mejor forma de conocer vidas ajenas hasta en los mínimos detalles).

Si pensaba que ahí terminaba todo, estaba muy equivocado. Cuál ha sido mi sorpresa cuando he podido apreciar, no sin gran disgusto, que las cosas del Twilter (la versión china tampoco me convence) en el móvil son completamente diferentes al PC. Uno espera que, al usar un mismo programita va a encontrarse con iguales elementos independientemente del aparato que use para acceder pero se ve que los programadores tienen tantas horas libres y tan mala leche que han optado por vivir llevando la contraria a la lógica.

El "inicio" sigue siendo "inicio", todo hay que decirlo, pero resulta que la arrobita del "conecta" ha desaparecido en el móvil, sin dejar rastro, llevada por los vientos del capricho de los programadores. Tras tres cuartos de hora tocando la pantallita, me he dado cuenta de que la arrobita se ha convertido en campana y ya no es "conecta" sino "notificaciones" pero es lo mismo, creo. Luego hay una pestañita que pone "Actividad" que no sé muy bien qué hace ahí pero parece ser que te explica hasta el faveo más insignificante de la gente que tienes rondando por tu cuenta (los programadores deberían hacerse mirar su afán de cotilleo). Escribir un tuit se hace desde abajo (nada desde la esquinita superior derecha del Pc) y, al menos, el sobre lo han dejado ahí visible con la misma inutilidad que en el PC.

Voy a tener que dedicar un buen rato a irme acostumbrando a tanto cambio e innovación aunque, por lo que he podido leer, a la gente no le suele hacer mucha gracia las innovaciones con las que actualizan Twirtle (esto me suena a una peli de bichejos verdes peleones más que a un pajarillo azul). No sé si a mí me acabarán convenciendo.

martes, 10 de diciembre de 2013

Día 22. Estrenando el móvil (2)

Lograr encender el cacharrejo este y acordarme del PIN ya me parecía un logro significativo pero esto de enfrentarme a un manual de instrucciones que ocupa 947 páginas, viene en setenta idiomas, incluido el swahili (que supongo que será un mercado en alza el de los móviles allí), con una letra diminuta y unos gráficos en blanco y negro de fotocopia mal hecha ha terminado por derrumbar mi ánimo.

He tenido que buscar hasta dar con el español (que lo han escondido bastante los muy espabilados) pero, al fin, me he enfrentado al uso y disfrute de mi teléfono en la lengua de cervantes (al menos en apariencia). Resulta que este teléfono tiene una pantallita llena de dibujitos que, como no quedaba muy técnico llamarlos así decidieron bautizarlos como iconos (aunque yo por icono siempre he entendido un cuadro de la virgen o los santos así con pan de oro y tal). Bueno, pues que tiene iconos que tocándolos con el dedo abren aplicaciones (los programas de toda la vida de dios) que hacen que el teléfono haga de casi todo. Son las famosas APPs (de nuevo hay que inventarse nombrecitos para que parezca tecnológico).

Sirve para escuchar la radio, música en mp3, ver películas en mp4, jugar a juegos en mp5, hacer carambolas en mp6, retocar fotografías en mp7 o acabar con tu paciencia en mp8 (no entiendo eso del mp que ponen, creo que es evidente). Por lo que se ve, según el manual, he sido el tipo más inteligente del mundo al adquirir un pedazo de terminal (espérate que ahora me aterrizarán aquí los aviones que no les quepan en el aeropuerto de Castellón) capaz de hacer fotografías de chorrocientos megapíxeles, conectame a internete, mandar dibujitos (que cuando los envías ya no son iconos sino smiles, hay que joderse) y conectarse a las redes sociales (que esto es lo que más me interesa en estos momentos cruciales de mi vida).También lo puedo sumergir en el agua sin que se estropee, algo que me parece tremendamente útil por si un día, haciendo submarinismo, me surge la necesidad de llamar a alguien desde el fondo marino para contarle lo bonito que es un boquerón que se me ha cruzado por delante. Si algo tiene la tecnología, es que nos facilita poder realizar este tipo de actividades tan cotidianas como necesarias.

Pero, como yo voy a lo voy, empiezo a mirar entre los dibujitos (iconos, leches) a ver si veo el pajarraco azul aunque sin mucha esperanza porque ya sé que tengo que instalarlo (a ver dónde consigo huevos de pájaro azul para meter en el móvil este). De camino en mi búsqueda y sin querer, he hecho diecienueve fotografías al suelo, he escuchado quince canciones de tipos que ni conozco, he visto cuatro vídeos, dos presentaciones de power point, me he enterado del tiempo que hace en Cuenca (que creo que es algo que un buen tuitero debe conocer), he descargado la bibliografía completa de Benito Pérez Galdós (que anda que no escribía el jodío), he sabido en qué lugar exactamente del planeta me encuentro (con una aproximación de 300Km), he conducido un cochecito de carreras y me ha sonado media docena de veces la alarma. Todo esto sin contar con las tres notas que he escrito sin querer ni criterio ni las cuatro citas que he establecido en un calendario de Google todavía no sé ni con quién ni dónde, aunque me llegará al correo un aviso de cada una de ellas.

Eso sí, del pajarraco azul no he encontrado ni una mísera pluma. Temo que tengo que llamar a los informáticos, con lo que me fastidia, para que me digan cómo narices se instala eso y, sobre todo, cómo diantres llamo desde este teléfono (que eso tampoco lo he encontrado ni por casualidad). Tendré que seguir luchando.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Día 21. Estrenando el móvil (1).

Ya iba siendo hora de pasarme a la tecnología tuitera portátil así que me he decidido a estrenar, por fin, el móvil que llevaba una semana cargando. No voy a negar mi nerviosismo pues esperaba que saliera un teclado de algún lugar escondido pues lo que me vendieron es todo pantalla que, para llamar, ya me dirás tú de qué sirve.

Aprieto, eso sí, un pequeño, diminuto, minúsculo adminículo que, a modo de botón de encendido, encuentro por casualidad en la parte superior del cacharro. Mi asombro es mayúsculo cuando en la pantalla empieza a aparecer un festival de color, luz y sonido que me parece más la introducción de una película que el inicio de un teléfono. Lo cierto es que no me parece un mal principio. Tras media hora, aproximadamente, de musiquita y logotipos reluciendo en la pantalla, me aparece una especie de teclado virtual y el teléfono me pide un PIN.

Nervioso, me pongo a buscar por la casa a ver si me aparece alguna de las insignias de esas de propaganda que hace años me dieron en una promoción de un bar porque, que yo recuerde, otro pin no he tenido en mi vida. Desesperado por no encontrarlo, llamo a los informáticos que me explican que eso de PIN significa "Personal Identification Number" y, aguantándome las ganas de llamarlos frikis espinillosos cuando se me han reido a carcajada limpia, me he despedido lo más dignamente que he podido. Como no he querido que me siguieran humillando, he decidido averiguar por mi cuenta qué diantres es eso. 

Por lo que he deducido, se trata de un número y he imaginado que lo tengo que elegir a fin de que la seguridad sea completa. Así que he puesto: "4321" (no soy tan estúpido como para poner "1234") y he pulsado el Ok. Por lo que se ve, algo he hecho mal, así que he repetido la operación pero el teléfono se empeña en decirme que me equivoco al elegir ese número. No sé quién ha diseñado esto pero me tendría que explicar por qué sabe que me equivoco eligiendo un número que yo quiero. Vuelvo a intentarlo (esta vez gritándole al terminal que no me toque las narices que parece ser muy efectivo en este tipo de situaciones) y logro un cambio radical. Se ve que el teléfono se ha dado cuenta de que no puede negarme el PIN que a mí me gusta por lo que cambia de estrategia y me pide el PUK. 

No sé de qué va esto, la verdad. Si ya lo del PIN rozaba la ingeniería genética, esto del PUK me parece ya ingeniería aeroespacial de la buena. Llamo a la compañía, desde el fijo, por supuesto, y tras media hora de musiquita horrorosa, una señorita (que se identifica como Leonora Smith Rodríguez y que me parece que me está hablando desde una piscina en Punta Cana) me explica que ese tal PUK es un numerajo que aparece en la tarjeta que me han dado en la tienda junto al móvil. Busco tal tarjeta y resulta que es una especie de rasca y gana y, en lugar de un regalo sorpresa, lo que pillo al pasarle la monedita son los números que con tanto empeño me pedía el móvil. Introduzco con cuidado los doscientos dígitos del PUK (el cabrón está hecho para que te equivoques, fijo) y, con lágrimas emocionadas, el cacharro decide funcionar poniendo un fondo otoñal y unos cuantos iconos que desconozco completamente. 

Hoy no doy más de mí. Mañana revisaré el manual de instrucciones a ver si saco algo en claro. Una nueva decepción, un nuevo berrinche y hoy ni siquiera he entrado en Tutwitre (estoy ahora como para averiguar cómo se escribe). Esto es desesperante.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Día 20. El cuento de nunca acabar.

Pensaba que con un ordenador y un poco de ingenio ya podía tuitear. Nada más lejos de la realidad.

Por lo que voy viendo de los que son considerados grandes en el mundillo de Twieter (creo que me voy acercando), es imprescindible tener algunas cosas más. Una cámara de video, una de fotos, un amplio conocimiento de concina, sociedad, música, política, leyes, sexo, bricolaje, crítica literaria, física cuántica, trigonometría, ingeniería espacial, papiroflexia. Además necesitas tener una mascota aunque no es inconveniente tener varias de formas, tamaños y colores variaditos y enternecedores. La ropa es conveniente que esté a la última, por lo que unos conceptos de moda tampoco vienen mal y ya si la ropa interior es de marca y capaz de marcar determinados volúmenes ya es la leche.

Consternado he ido a mi armario. Si excluimos la ropa de mercadillo y la de los chinos, me queda una camisa para las bodas y un un pantalón corto que me regalaron por mi cumpleaños. Me da que esas prendas no logran compaginarse lo suficiente como para constituir un conjunto tuitero aceptable. Revisando el acjón de los calzoncillos, lo más cercano que encuentro a ropa interior molona es un bóxer slip ajustado de la marca Clavín Kein (por supuesto adquiridos al módico precio de 2,90€ en el mercadillo hace un par de meses) de color narajan fosforito con pequeños motivos ilustrativos de un cerdito la mar de gracioso. No he querido, ni siquiera, probármelos por aquello de que no me apetece confirmar mi sospecha de que tampoco tengo volúmenes sugerentes que realzar.

Pero estoy dispuesto a triunfar y vencer al jodido pajarito azul con otras armas que con un físico espectacular del que carezco. Decido, pues, atacar por el flanco del conocimiento, del ingenio, de la sabiduría que acabe por hacerme merecedor de la admiración de tuiteras y tuiteros de postín. Necesitaré, eso sí, ejercitar la mente con esmero y tesón.

Por eso, he dedicado el día a aprovisionarme de tres enciclopedias, el libro gordo de Petete, dos antologías del chiste español, media docena de cintas de Arévalo, cuatrocientos veinte documentales de la 2 y un peluche por si tengo que hacer una foto de una mascota con una frase profunda. Cuando he visto ante mí tanto cachivache, he perdido la ilusión, otra vez. Esto va a ser arduo pero espero que mis esfuerzos se vean rencompensados algún día.




martes, 3 de diciembre de 2013

Día 19. Joder ¡Que se mueven!


Si lo de las fotos de Twister (¿Esto no era un baile?) ya me tenía un poco alucinado, hoy mi asombro ha crecido un poquito más. Resulta que he visto que un usuario ha colgado un vídeo. Ya es rizar el rizo.

Una cosa que se llama Vine parece que sirve para eso. Son cortitos y, en no pocos casos, inquietantes. Estos tuiteros ya me parecían gente un poco rara pero viendo cómo se empeñan en colgar peliculitas en las que chillan, ríen y hacen sus cosas de tuiteros acaba dejándome perplejo. Pero también me da envidia, yo también quiero dejar escapar libre mi imaginación y poder mostrar al mundo un corto de unos segundos digno del mismo Amenábar.

Saco del trastero mi cámara de vídeo: una magnífica Sony de esas de cinta que puedes poner directamente en el vídeo VHS con el adaptador que venía en el lote. La coloco en el trípode, me pongo en el sofá, cojo un gato de los chinos de esos que mueve el brazo para que haya un elemento felino que es algo que se agradece en la red del pajarito azul y, después de carraspear un par de veces, le doy al mando a distancia para empezar la grabación.

Primer plano del brazo del gato balanceándose. Se abre plano. Aparezco yo, ataviado de forma conceptual, con un sombrero mexicano, una camisa hawaiana, el pantalón de un pijama de Dora la Exploradora y unas babuchas que compré en Marruecos. No sé qué quiero dar a entender con mi abigarrada indumentaria, pero ahí la dejo por si hay quien lo entienda.

Me dispongo a soltar mi mensaje que, espero, llegue a los confines del mundo: "Una mujer tenía un perro y le llamó Mistetas. Resulta que un día lo perdió..." (no voy a poner todo el mensaje, que si no luego nadie ve el vídeo por sabérselo de antemano). Cuando termino, hago una reverencia, se me cae el sobrero. Lo recojo. Voy a coger el mando y tropiezo con el cable provocando una pérdida de equilibrio que conlleva la caída del gato previa descripción de parábola ascendente que sería la envidia de un halcón. Aterriza sobre el sombrero que, al perder su centro gravitatorio, acaba estrellándose en la estantería donde tengo las copas de cristal de vohemía (de 15 céntimos la unidad en el mismo chino que compré el gato y el sombrero) con la consiguiente ruptura del vidrio en tensión y desparrame de cristalitos en una algarabía de sonido y luz.

Reviso la grabación y me doy cuenta de que el mejor momento es justo el de la caída y decido que ese va a ser mi mensaje para el mundo a modo de crítica en la que toda nuestra sociedad está tambaleándose y cayéndose sin remedio (bueno y que he de reconocer que como vídeo de risas por el ridículo ha quedado bordado).

El problema lo encuentro al intentar pasar el vídeo de marras, por más que intento buscar la clavija para conectarlo al ordenador no encuentro nada que se le parezca. Me rasco la cabeza y, depués de ilusionarme con poder hacer algo tan novedoso, vuelvo a caer en la frustración por no saber cómo llevarlo a cabo. Otro día preguntaré a los informáticos, cuando se me pase el berrinche.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Día 18. Después del respiro.

Me he tomado un fin de semana sin entrar en Tarariter (ya sé que no es así pero nos entendemos). Necesitaba alejarme, tomar distancia y pensar qué estoy hacendo con mi vida si siento sudores y temblores cuando no entro a visitar al jodido pajarito azul pese a las decepciones con las que está aderezando mi vida.

Lo cierto es que ya me han dicho que debería probar a usarlo en el móvil y así evitar pasar días enteros sin entrar pero, como me he enterado que las baterías de los teléfonos actuales duran más bien poco, he optado por dejarlo cargando un par de días más (lleva acasi una semana) para asegurarme que me va a durar a pleno rendimiento por lo menos un mes o dos. Soy paciente y le doy todo el tiempo que haga falta para que la batería se llene hasta rebosar.

Después del fin de semana, como digo, vuelvo a entrar, como un yonki de esos que busca su dosis, y comienzo a leer lo que va desgranándose ante mí en la pantalla. El maravilloso mundo del pajarito azul se me va mostrando de nuevo con una interminable retahíla de lastimosas quejas por el sueño, el frío y, sobre todo, por ser lunes. Desde luego, a esta gente parece que les pilla de sorpresa que, tras el domingo, las semanas se empeñen en empezar con un día llamado lunes. Estoy por regalarles un calendario de esos de los chinos que se enrollan como un pergamino. Ahí vienen bien claritos los lunes después de los días en rojo que coinciden con domingos.

Paso rápidamente hacia atrás para ver algo de lo que se ha comentado el día anterior. Curiosamente, me entero del fallecimiento de alguien que debía ser muy famoso, aunque yo no había oído hablar de él en la vida, y se entabla un debate no sobre su figura y aportaciones a la humanidad sino sobre límites del humor, el humor negro y el repeto. Al final, no llego a enterarme qué hizo aquel hombre cuya pérdida les parece muy grande para algunos y para otros supone una oportunidad de oro para hacer chistes. Si lo que se desea es información fiable a lo mejor el pajarito azul te hace sudar un poco hasta que la encuentras y no siempre en abundancia.

Algo me llama la atención entre la maleza que crece entre los tuits. Hay un tuitero que se pone a hablar de los mongos y recuerdo que el otro día mi cuñao me habló de ellos y no quise ahondar en el tema para que no me tocara aguantar la chapa cuñadil mucho rato. De hecho, el tuitero se pone a hacer un pequeño análisis desarrollado en varios tuits, con fotos y todos, y acabo concluyendo que los mongos existen, que te saltan cuando menos te lo esperas y que pueden hacerte rabiar en ocasiones. Vamos, que son como la suegra tuitera que nadie quiere pero que tiene que invitar a comer de cuando en cuando porque así está establecido por ley divina, sólo que aquí puedes tranquilamente bloquearla una vez detectada si el día te ha salido tontorrón.

Me siento importante porque yo ya he tenido casi más mongos que tuits pero, al tiempo, siento que soy un fracaso pues no parece que eso sea signo de excelencia. De hecho, es triste tener más mongos que cybersexo de ese pero es una realidad a la que debo rendirme. Nueva decepción que llorar. Algún día dejaré de entrar para ahorrarme disgustos.