martes, 10 de diciembre de 2013

Día 22. Estrenando el móvil (2)

Lograr encender el cacharrejo este y acordarme del PIN ya me parecía un logro significativo pero esto de enfrentarme a un manual de instrucciones que ocupa 947 páginas, viene en setenta idiomas, incluido el swahili (que supongo que será un mercado en alza el de los móviles allí), con una letra diminuta y unos gráficos en blanco y negro de fotocopia mal hecha ha terminado por derrumbar mi ánimo.

He tenido que buscar hasta dar con el español (que lo han escondido bastante los muy espabilados) pero, al fin, me he enfrentado al uso y disfrute de mi teléfono en la lengua de cervantes (al menos en apariencia). Resulta que este teléfono tiene una pantallita llena de dibujitos que, como no quedaba muy técnico llamarlos así decidieron bautizarlos como iconos (aunque yo por icono siempre he entendido un cuadro de la virgen o los santos así con pan de oro y tal). Bueno, pues que tiene iconos que tocándolos con el dedo abren aplicaciones (los programas de toda la vida de dios) que hacen que el teléfono haga de casi todo. Son las famosas APPs (de nuevo hay que inventarse nombrecitos para que parezca tecnológico).

Sirve para escuchar la radio, música en mp3, ver películas en mp4, jugar a juegos en mp5, hacer carambolas en mp6, retocar fotografías en mp7 o acabar con tu paciencia en mp8 (no entiendo eso del mp que ponen, creo que es evidente). Por lo que se ve, según el manual, he sido el tipo más inteligente del mundo al adquirir un pedazo de terminal (espérate que ahora me aterrizarán aquí los aviones que no les quepan en el aeropuerto de Castellón) capaz de hacer fotografías de chorrocientos megapíxeles, conectame a internete, mandar dibujitos (que cuando los envías ya no son iconos sino smiles, hay que joderse) y conectarse a las redes sociales (que esto es lo que más me interesa en estos momentos cruciales de mi vida).También lo puedo sumergir en el agua sin que se estropee, algo que me parece tremendamente útil por si un día, haciendo submarinismo, me surge la necesidad de llamar a alguien desde el fondo marino para contarle lo bonito que es un boquerón que se me ha cruzado por delante. Si algo tiene la tecnología, es que nos facilita poder realizar este tipo de actividades tan cotidianas como necesarias.

Pero, como yo voy a lo voy, empiezo a mirar entre los dibujitos (iconos, leches) a ver si veo el pajarraco azul aunque sin mucha esperanza porque ya sé que tengo que instalarlo (a ver dónde consigo huevos de pájaro azul para meter en el móvil este). De camino en mi búsqueda y sin querer, he hecho diecienueve fotografías al suelo, he escuchado quince canciones de tipos que ni conozco, he visto cuatro vídeos, dos presentaciones de power point, me he enterado del tiempo que hace en Cuenca (que creo que es algo que un buen tuitero debe conocer), he descargado la bibliografía completa de Benito Pérez Galdós (que anda que no escribía el jodío), he sabido en qué lugar exactamente del planeta me encuentro (con una aproximación de 300Km), he conducido un cochecito de carreras y me ha sonado media docena de veces la alarma. Todo esto sin contar con las tres notas que he escrito sin querer ni criterio ni las cuatro citas que he establecido en un calendario de Google todavía no sé ni con quién ni dónde, aunque me llegará al correo un aviso de cada una de ellas.

Eso sí, del pajarraco azul no he encontrado ni una mísera pluma. Temo que tengo que llamar a los informáticos, con lo que me fastidia, para que me digan cómo narices se instala eso y, sobre todo, cómo diantres llamo desde este teléfono (que eso tampoco lo he encontrado ni por casualidad). Tendré que seguir luchando.

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